Una carta sobre envejecer, facelifts y encontrar nuestro camino.

Esta carta es una adaptación y traducción de una carta de Deb Benfield.

Queridas amigas,

He estado pensando mucho en los nuevos estándares corporales que nos rodean. Tal vez ustedes también los hayan notado: las conversaciones silenciosas (y no tan silenciosas) sobre los medicamentos GLP-1, la creciente normalización de los lifting faciales y otros procedimientos, la obsesión visible por “el glow” y la sensación de que siempre hay “algo más” que deberíamos estar haciendo para mantenernos al día.

Seré honesta: entiendo la tentación. Hay algo reconfortante en creer que por fin existe una solución para el aumento de peso en la mediana edad (en la que estoy ya más para allá que para acá) o para las líneas que se marcan en nuestro rostro. Yo misma he sentido ese pequeño tirón, ese susurro que dice que quizá, si arreglo solo esta cosa, me sentiré más tranquila, más visible, más relevante y protegida de ser juzgada por envejecer.

Pero también he aprendido algo: esa tranquilidad realmente no viene de cambiar nuestros cuerpos. Me di cuenta de eso en mi propia vida, cuando estaba concentrada en buscar aprobación, y también a través de las historias de dieta de mis pacientes a lo largo de los años. Es muy fácil perderse en el conteo de calorías, la báscula, el seguimiento de entrenamientos diseñados para esculpir y reducir nuestro cuerpo.

Ahora el empaque parece más médico, más sofisticado, pero la historia es la misma: juventud y delgadez equivalen a valor.

Antes de continuar, quiero hacer una pausa y reconocer algo importante. Vivo en un cuerpo de talla “estándar”. Eso significa que cargo con un privilegio en la forma en que me muevo por el mundo. No he vivido las realidades diarias de la gordura ni el tipo de estigma y exclusión que tantas personas enfrentan. Aunque hablo desde mi propia experiencia y desde mi trabajo con pacientes, sé que mi perspectiva es limitada. Comparto mis reflexiones con humildad, sabiendo que las presiones del edadismo y la cultura de dieta afectan de forma diferente según el tamaño corporal, la raza, el estado de salud, las capacidades y más.

Y cuando menciono los medicamentos GLP-1, también quiero ser clara: sé que tienen beneficios médicos reales para muchas personas, especialmente quienes viven con diabetes u otras condiciones de salud para las que estos medicamentos pueden ser realmente transformadores. Lo he visto en muchos de mis clientes. Lo que reflexiono en este ensayo no es el uso personal y consciente de estos tratamientos, sino la forma en que nuestra cultura ya los está incorporando a la vieja narrativa: que el cuerpo de las mujeres siempre debe ser más pequeño, más delgado, “más controlado” y encajar en un ideal corporal estrecho, dictado culturalmente. Quiero honrar ambas verdades: que estos fármacos pueden ser una herramienta médica valiosa y que debemos mantenernos alertas a cómo están siendo absorbidos por la mezcla de cultura anti-envejecimiento, menopausia, longevidad y dieta.

También sostengo ambas verdades de que, por un lado, creo en la autonomía corporal y respeto tus decisiones sobre tu propio cuerpo. Y, por otro, quiero hablar de la presión que todas hemos sido socializadas a sentir sobre el ideal corporal. ¿Cómo distinguimos entre quiénes somos realmente y lo que el mundo nos ha dicho que debemos ser?

La misma historia de siempre, pero con envoltura diferente.

Cuando recién salía de la universidad, eran las dietas: contar calorías, los porcentajes de macros, idealmente todo bajo en grasa, y el uso de edulcorantes...la promesa de que la delgadez traería confianza y éxito. Ahora son suplementos, medicamentos y procedimientos. El empaque parece más moderno, incluso más científico, mientras que el ideal corporal se vuelve cada vez más edadista y limitado.

Pero hoy no mi ciela...

Hoy en día, estoy practicando una respuesta diferente. Me permito considerar qué significa envejecer sin disculpas. A suavizarme ante la verdad de que mi rostro cambiará, mi cuerpo se transformará y que esto no es un problema que deba resolverse, sino la historia de un cuerpo que cambia, que simplemente vive.

A veces eso se siente radical y me da miedo. A veces se siente tierno y me llena de paz. Hay mañanas en que todavía anhelo mi cuerpo más joven y la ilusión de control. Pero también hay una paz profunda en crear una vida en la que no gasto tanta energía editándome a mí misma y a mi cuerpo.

Y no se trata de renunciar a toda intervención, sino de notar cuándo elijo desde un lugar de asco o miedo y cuándo lo hago desde el respeto y la compasión,  hacia mí misma y hacia mi cuerpo. Esa distinción se ha convertido en mi brújula.

Por qué importa

La cultura de la dieta y el edadismo prosperan cuando las mujeres permanecen ocupadas “arreglándose”. Cuanto más distraídas estamos con nuestros “defectos”, menos espacio tenemos para mostrarnos completas, sin disculpas, tal como somos.

Y cuanto más lo digo en voz alta, más escucho a otras mujeres decir: yo también. Están cansadas de estar en guerra consigo mismas. Cansadas de perseguir una versión de belleza que sigue cambiando y se vuelve cada vez más estrecha. Cansadas de pedir disculpas por simplemente existir en un cuerpo que lleva las marcas del tiempo.

Cierra los ojos (bueno no porque tienes que leer)

Pero imagina conmigo: un futuro en el que veamos los rostros y cuerpos de los demás como prueba viva del tiempo, del amor, de la pérdida, de la alegría, de la resiliencia. Un mundo en el que el sentido de pertenencia no dependa de qué tan bien ocultamos nuestra edad o de qué tan pequeños mantenemos nuestros cuerpos.

No estoy ahí todo el tiempo, pero lo vislumbro en mujeres que ríen a carcajadas, en comidas compartidas con placer y sin culpa, en esas raras mañanas en que me miro al espejo y me digo un sí, callado y simple.

Esa es la liberación y la versión más amplia de belleza que quiero para nosotras. No la que exige arreglarnos sin fin, sino la que se profundiza mientras más tiempo habitamos nuestra propia piel.


Fotografía de Joshua Hoehne

Sayuri Imuro

Lic.en Nutrición